viernes, 5 de octubre de 2012

A 38 años de su muerte, Miguel Enríquez vive con más fuerza!



El 5 de octubre de 1974 cae en combate Miguel Enríquez, secretario general del Movimiento de Izquierda Revolucionario.


Han pasado largos 38 años desde el último combate de Miguel y la semilla plantada en miles de jóvenes sigue creciendo. Enríquez siempre destaco por su lucha incesante contra el capitalismo y las formas brutales en las cuales eran explotados los obreros, campesinos y los pobres del país.

  

Miguel estudio Medicina en la Universidad de Concepción y fue ahí donde conoció a Bautista van Schouwen, su gran compañero y con el cual en el año 1965 realizan el Congreso Fundacional del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR). Allí destaca la lectura del documento "La Tesis Insurreccional" que redactó junto con Marcello Ferrada-Noli y Marco Antonio Enríquez, en el que se defendía la lucha armada como vía al socialismo. A partir de entonces, es elegido miembro del Comité Central del nuevo partido.


Miguel dirigió el MIR entre los años 1967 hasta el día de su muerte, el 5 de octubre de 1974. Enríquez y el Mir han jugado un papel fundamental en la historia del país desde su fundación hasta hoy. 

El día 11 de septiembre de 1973, el MIR esperaba una reunión junto al compañero presidente en una fábrica del cordón industrial de San Joaquín, pero eso nunca ocurrió. Los militares sublevados bombardearon La Moneda y también la fábrica en la que se encontraba Miguel. 

La mañana del 11 de septiembre y al verse cercado por los sublevados un grupo de miristas y un par de socialistas se trepan al paredón trasero de INDUMET. Buscan saltar hacia el patio de otra fábrica, para después salir de San Joaquín rumbo a Vicuña Mackenna, con el objetivo de levantar un auto por el camino y agilizar la fuga. Miguel encabeza la columna del MIR, atenta al vuelo rasante del helicóptero de los golpistas, que ya ha detectado el plan e intenta impedir la retirada. 

Cuando llegan a la calle Carmen, se topan con grupo de carabineros que tampoco esperaba semejante encontronazo. Los miristas aprovechan la sorpresa para disparar primero. En ese momento, cualquier demora podía significar el arribo de más contingentes militares a la zona y un obstáculo insuperable para romper el cerco. Miguel y los suyos se la juegan: cruzan las calles bajo fuego enemigo, buscan mantener la distancia con los carabineros sin detener el paso, parapetándose en los umbrales de las casas vecinas. El helicóptero se acerca a la zona de combate…

Por fin el grupo rompe el cerco, pero no conoce en profundidad La Legua, la población hacia donde se dirigen. Por eso, van de frente a la boca del lobo: una comisaría ocupada por algunos pacos disparan con ametralladoras, pero sin ganas de salir a la vereda a exponerse. La vacilación de los carabineros le permite a los miristas alcanzar un Peugeot rojo estacionado. Cuando van a romper el vidrio del auto, el dueño llega corriendo, con las llaves en la mano. “¡Cuídenmelo!”, les pide. Andrés Pascal, conocido en el MIR como el mejor conductor de la Comisión Política, toma el volante y avanza a toda velocidad por las calles de San Joaquín. Por el camino, se cruzan con un retén callejero de la FACh, pero las ráfagas van dejando un tendal a su paso y nadie se atreve a interponerse en su camino. Ya lejos de INDUMET, Miguel se percata de que falta alguien: León, ingeniero mecánico, compañero de logística, cae herido en el tiroteo y después será capturado y desaparecido.


En tanto, los demás participantes de la reunión en INDUMET se dirigen hacia la fábrica algodonera SUMAR, a menos de un kilómetro de distancia, en donde un grupo de trabajadores aguarda las armas prometidas. En minutos, el pueblo de La Legua se suma a la resistencia como puede, sin organización ni capacidad real para defender la ofensiva militar, que se despliega ahora sobre el único foco de conflicto en todo Santiago. Allí socialistas, miristas, vecinos, obreros y estudiantes combaten como pueden contra los chacales. La Legua guardará para siempre el relato –confuso, contradictorio, valiente– de todos los que salieron a las calles a ponerle un freno la oscuridad. Pero no será suficiente.


Para las cuatro de la tarde, el contingente de miristas llega a la casa. Los rostros de Bautista von Schouwen (El Bauchi) y Edgardo Enríquez lo dicen todo: los chacales han bombardeado La Moneda, Salvador Allende está muerto. Los golpistas han vencido. Cuenta Andrés Pascal sobre aquella escena: “Miguel se sentó y estaba pálido, conmovido, la mirada fija en el fusil que mantenía entre las piernas. Guardo un prolongado silencio que compartimos con él”.


Algún compañero, entonces, se habrá acercado a Miguel para contarle en voz baja la última comunicación de la Tati, desde La Moneda. Miguel habrá escuchado cada palabra, habrá guardado esa frase dedicada a él por parte de Allende y se habrá preguntado una y mil veces que era lo que comenzaba en Chile esa tarde gris. “Si bien todos fuimos invadidos por la sensación de cólera e impotencia, las condiciones objetivas imponían un repliegue”, dijo. “En Chile no ha fracasado la izquierda ni el socialismo, ni la revolución. En Chile ha finalizado trágicamente una ilusión reformista de modificar estructuras socio-económicas y hacer revoluciones con la pasividad y el consentimiento de los afectados: las clases dominantes”, anotará mas tarde. De frente al abismo de la dictadura, después del repliegue y la clandestinidad, nace la resistencia. Ahora es el turno del MIR. Y de Miguel.


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